Este breve escrito tiene el objetivo de contribuir en el ámbito de las transmisiones textuales del medio digital, sobre todo, de aquellas que emergen en Internet. Mostrar las transformaciones ocurridas en su paso del medio impreso al digital y caracterizarlas en lo que tienen de específico parece hoy importante, tanto por el lugar que ocupan en la generación y transmisión de conocimiento como por su relación con la industria del libro.

Con este fin, se exploran algunas de las formas en las que se han venido definiendo y produciendo las textualidades digitales, sintetizándolas en un nuevo término genérico que denomine y distinga a los textos creados, distribuidos y consumidos en Internet: Texto Red.


Este documento está sujeto a un licencia Creative Commons (CC BY-NC-ND 3.0 ES).

La segunda mitad del siglo XX marca el comienzo de un cambio de paradigma tecnológico y social: el Informacionalismo. Este cambio tiene su base en la capacidad creciente de procesamiento de la información gracias al uso de dispositivos microelectrónicos y ha proporcionado los cimientos de un nuevo tipo de estructura social: el sociólogo Manuel Castells, que tanto ha ayudado a definir y comprender este fenómeno, la ha denominado Sociedad Red. 

En este escenario cambiante, los movimientos globales e inmediatos de los flujos económicos y la estructura en red de las comunicaciones definen, casi día a día, nuevos ritos y usos sociales. Y si lo que está siendo transformado es, sobre todo, la capacidad de procesamiento, recombinación y distribución de la información, resulta lógico pensar que el texto, tradicional vehículo en la comunicación y comprensión de la misma, se esté viendo también totalmente transformado por las premisas informacionales y las necesidades de dicha Sociedad Red.

En consecuencia, las empresas que han atesorado el control de la producción y distribución de contenidos textuales, englobadas hasta finales del pasado siglo casi únicamente en el sector editorial, están siendo también removidas por profundos cambios. Estos afectan tanto a los agentes dedicados a la producción del texto –modificando y desplazando a los ya existentes e incluyendo a otros nuevos–, como a la propia actividad cultural, en progresiva adaptación a la mundialización económica, las implicaciones instrumentales y legales del contexto informacional y los cambios en los patrones de consumo.

Sin embargo, la tarea de conducir las transmisiones textuales hacia el medio digital no está siendo llevada a cabo por los agentes tradicionalmente relacionados con la producción del texto impreso; de hecho, el sector editorial en general ha visto en este reto más amenazas que oportunidades, avisando del peligro que la multiplicación de formas de lectura que propician las TIC se inserten en una ruptura y discontinuidad con todo el legado cultural de nuestra historia; o asignando a la cultura digital la premisa de la desaparición del editor y otros profesionales del libro como condición necesaria para el libre acceso al conocimiento.

Erik Brynjolfsson y Lorin M. Hitt opinan en su Beyond the productivity paradox que una de las razones que explicarían por qué las tecnologías de la información y la comunicación no producen los resultados esperados en las industrias culturales y creativas sería que los directivos predigitales incorporan nuevas herramientas manteniendo antiguos sistemas de trabajo o, directamente, obvian las nuevas tecnologías hasta que son forzados al cambio.

Por todo ello, no es extraño que el ruido mediático de la constante evolución de los dispo­sitivos electrónicos de lectura, la pérdida de influencia de agentes vinculados al libro o la lucha de cifras de ventas de libros impresos y electrónicos, entre muchas otras, oculte una transformación más profunda y paradigmática: la que tiene lugar con la eclosión de todo un universo de nuevas textualidades, nacidas plenamente en la cultura digital, generadas por y para los individuos de la Sociedad de la Información y el Conocimiento y que, sin embargo, las empresas culturales parecen no comprender en todo su potencial.

Este proceso no tiene marcha atrás; el texto, vector de información, cultura y conocimiento, ha iniciado una etapa más del viaje que le ha llevado, desde su expresión en los primeros gestos comunicados frente al fuego, hasta su fragmentación en la lectura hiperexpandida, ubicua, social y amplificada de las pantallas. Como escribe el profesor e investigador Daniel Cassany: «estamos asistiendo a una enésima expansión de la capacidad comunicativa humana… la expansión del soporte digital del lenguaje como complemento o sustituto del soporte analógico tradicional».

El texto ha iniciado una etapa más del viaje que le ha llevado, desde su expresión en los primeros gestos comunicados frente al fuego, hasta su fragmentación en la lectura hiperexpandida, ubicua, social y amplificada de las pantallas

Pero el peso del libro es enorme: su continuado uso en el tiempo –en el medio impreso y escrito– ha creado un imaginario respecto al acto lector y respecto a la organización del texto que hace invisibles sus características tecnológicas, acercándolo más a un tótem clausurado de significados y utilización.

Tanto es así que, hasta el momento, la puesta en escena digital del texto no ha podido desprenderse aún de los códigos del medio impreso; si a esto sumamos una incipiente alfabetización digital y una amalgama de intereses económicos y sectoriales, resulta que las textualidades digitales pasan por ser producidas y percibidas todavía hoy en su versión de mera adaptación electrónica del libro impreso. Esto se ejemplifica en el uso en las pantallas de la alegoría del formato de la página (y la doble página); en la imitación como efecto visual del paso de las mismas; o en la utilización de la estructura enunciativa del texto impreso y sus ritos lectores –enriquecidos, en su caso, con algún elemento de ayuda a la búsqueda o detalles de interactividad–. También la presentación en formatos de maquetación fija, acordes a la del documento impreso, para una lectura digital tortuosa en pantallas de pequeño y medio formato, como las de los teléfonos inteligentes y tabletas. En este sentido, el investigador independiente sobre el libro y la edición Lorenzo Soccavo expresa la idea de que vivimos actualmente en la era de los incunables electrónicos, aquella en la que los textos digitales aún utilizan los códigos de la edición impresa.

El objeto tradicional del modelo de negocio de las empresas editoriales se basa en la explotación económica de los derechos de autor de un texto, en la escasez de contenidos y en la unidad del libro como contenido y soporte en un bien cultural tangible. Todo ello se engrana en una cadena de producción, distribución y comercialización que conforma la cultura del impreso y que choca o se va a ver desplazada en la economía del conocimiento.

Frente a esto, las exigencias del aprendizaje, la gestión cultural, el arte, la comunicación y la ciencia en la sociedad del conocimiento reclaman una articulación distinta a la obtenida en la cultura del impreso y más allá del libro (impreso y electrónico, soporte y contenido); demandan, consumen y crean nuevas puestas en escena del texto, nuevos canales y soportes que responden de manera más eficiente a los ritos lectores emergentes, imbricados totalmente en el uso de los dispo­si­tivos microelectrónicos y la organización en red.

Sin embargo, antes de entrar de lleno en las textualidades digitales, nos ayudará introducirnos en la esencia de lo que llamamos texto para descubrirlo transversal a los medios por los que ha sido transmitido.

Antes de comenzar a definir a las textualidades digitales, es necesario partir de la definición del concepto texto, identificado de manera general únicamente con su transmisión en los medios escrito e impreso; esta definición nos procurará los conceptos claves que van a posibilitar entender la transmisión digital como algo específico y diferenciado ya del resto de medios. No es una tarea trivial; Francisco Chico Rico sintetiza toda una serie de definiciones y esboza una manera exhaustiva e integradora:

Unidad mínima de comunicación y núcleo y eje del hecho comunicativo, hecho que, conteniendo todos los componentes que permiten y explican el proceso de la comunicación lingüística, incluye a) el texto propiamente dicho, […] b) el contexto comunicativo general, en el que se sitúan el productor y el receptor, con sus respectivos contextos; c) los mundos posibles o realidades referenciales, que sirven de base semántico-extensional para la construcción tanto en la dirección de síntesis o producción como en la dirección de análisis o recepción de la estructura de conjunto referencial del texto; d) el universo cultural o realidad general en la que se insertan históricamente dichos componentes […] e) el código y f) el canal de la comunicación.

En su Introducción a la lingüística del texto, Beaugrande y Dressler añaden diez criterios que explican la especificidad del texto: cohesión, coherencia, intencionalidad, aceptabilidad, situacionalidad, intertextualidad, informatividad, eficacia, efectividad y adecuación de una expresión lingüística. Como imaginamos, cada uno de estos criterios proporcionaría un denso trabajo explicativo que excede los fines de este escrito; nos vale ahora con su citación.

La edición vigésimo segunda del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en su primera acepción, refleja texto como un «enunciado o conjunto coherente de enunciados orales o escritos».

En estas propuestas de definición destacan dos aspectos: el primero, que en ninguna de ellas se identifican las señas de identidad del texto únicamente con la transmisión a través del medio impreso o escrito; la segunda, la inclusión explícita e implícita del ámbito oral; de hecho, en la transmisión, recopilación y almacenamiento de la información y las narraciones, la tradición oral ocupó un papel vital (y más longevo aún que ningún otro medio). El vehículo oral continuó en el sustrato de la escritura muy avanzada su historia. En el camino hacia el medio escrito y, más tarde, al impreso, se relegaron no pocas potencialidades del texto: entre ellas, la capacidad de abstracción y maleabilidad, la posibilidad de traducción inmediata o la adaptación a la formación, tiempo y demandas del lector –oyente–. El texto en el medio oral podía plegarse ocultando o abundando en detalles e información. El desplazamiento de las capacidades de interacción, adaptación al lector y actualización que poseía el medio oral fue el precio a pagar por el uso de los medios escrito e impreso. No nos desanimemos por ello, como podremos ver más adelante, las premisas tecnológicas del escenario digital proveerán de nuevo recursos de la oralidad que se vieron desplazados con la cultura del escrito.

En Una historia de la Lectura, de Alberto Manguel, hay una anécdota muy interesante que refleja las resistencias que la oralidad seguía presentando al medio escrito incluso mediado ya el siglo XVIII: la aparición de un invento como la lámpara Argand trajo una iluminación limpia y potente a las anteriormente mal iluminadas estancias de la casa, pero provocó reacciones de rechazo que esgrimían que dicho invento había acabado con las tertulias de sobremesa de la cena en favor de la lectura íntima en las habitaciones. La cercanía con ciertos discursos distópicos en torno a los practicas textuales digitales es muy sugerente.

En cuanto al enunciado escrito, no fue siempre como lo entendemos actualmente. En Occidente, en torno al VIII a.C.(por tanto, varios siglos después de la aparición de la escritura), el texto escrito se hallaba aún supeditado a la palabra, siendo los «oyentes» el destinatario final. Su disposición gráfica era la de scriptio continua, es decir, una disposición sin espa­cios entre palabras y que hacía necesaria su vocalización para desentrañar el sentido de la lectura. El novus liber –volumen latino o rollo– que los romanos hicieron evolucionar desde antecedentes griegos, mostraba ya una incipiente compaginación del texto pero su objeto seguía siendo el de producir sonido –el de la palabra– y no el de representarlo. En estos casos, la transmisión textual no era inequívoca, al poder diferir la integridad de lo escrito según la interpretación del lector o lectores que le «dieran voz».

En un proceso de interacción mutua, la evolución de los soportes han propiciado nuevos contenidos textuales y estos, a su vez, nuevas prácticas lectoras; y viceversa. Cuando en el siglo II d.C. aparece el códice, un libro de páginas muy parecido a nuestro libro actual, las capacidades de almacenamiento del texto aumentan considerablemente, así como se ven reducidos su peso y tamaño. La lectura, por tanto, se hace más autónoma y portable, pudiendo emplear el lector solo una mano al leer y, lo que es más importante en nuestra concepción del texto del impreso, consigue la percepción de una obra unitaria, integral, con todos los textos reunidos donde antes (en el volumen) se producía una fragmentación incómoda y, en la mayoría de las veces, arbitraria.

Como señala Cassany, en el ámbito discursivo, la transmisión textual del medio escrito se caracteriza, además de por esa percepción de obra cerrada, por su linealidad, que recorre un único itinerario y, por tanto, con una significación más acotada que las que proporcionarán las obras digitales de múltiples itinerarios.

La configuración formal y discursiva del texto se va a ir moldeando en relación a las necesidades lectoras de la sociedad del momento: los monjes benedictinos, sobre el siglo XII, innovarán con el uso de abreviaturas, mayúsculas y con el añadido de signos de puntuación; darán al escrito sus primeras funcionalidades intratextuales al realizar anota­ciones al margen del bloque escrito para indicar posiciones exactas dentro de la obra, así como el empleo de índices.

Todas estas innovaciones, ocultas hoy día en la «caja negra» de la tecnología del escrito y el impreso, supusieron un salto cualitativo y cuantitativo en cuanto a transmisión del cono­cimiento y la información.

M. Domènech y F. Javier Tirado definen así el concepto de caja negra: «La expresión caja negra proviene de la ciber­nética. Los cibernéticos la usan cuando una parte de un artefacto, proceso o conjunto de órdenes es demasiado complicada para estar siempre mencionándola o haciendo referencia a ella. En su lugar, dibujan una cajita, acerca de la cual no necesitan conocer más que las entradas (inputs) y salidas (outputs); es decir, cuándo usarla o aplicarla y qué efecto provoca».

Las nuevas tecnologías de impresión del siglo XII cristalizan en la aparición del libro moderno: el artefacto lector aprovecha el abaratamiento que supuso el uso del papel con respecto al pergaminoy los avances continuos en las máquinas de rodillos impresores que desembocaron en la imprenta de Gutenberg (siglo XV). Su primera y más disruptiva consecuencia fue la posibilidad de realizar miles de copias a un coste muy reducido en comparación con la tecnología copista del escrito. La segunda, que la transmisión textual del impreso podía distribuirse a amplios sectores de la población. Sin duda, la imprenta de Gutenberg supuso tal revolución técnica y social que aún hoy, en plena era informacional, no somos conscientes que nos sirven eficazmente artefactos y tecnología creados hace medio milenio.

El texto fijado en el libro es una obra redonda, cerrada, preservada de alteraciones e interpretaciones y donde contenido y soporte componen un todo indisociable. Con el libro se produce el paso de una lectura oralizada y comunitaria a una lectura silenciosa, rápida e individual; el texto impreso sumó a su función de conservador de la memoria la de ser instrumento de labor intelectual. 

En las siguientes secciones veremos como cambia todo esto en el paso al escenario digital, descubriendo que el libro es una más entre las posibles materialidades del texto, no la única.

Sin dejar de entender que el texto va a ser fruto de la interacción de los usos y expectativas sociales además de los desarrollos e invenciones tecnológicas, podemos observar sin embargo que una aproximación a la caracterización del mismo nos sitúa ante la evolución de sus medios y soportes. Cuando el historiador Roger Chartier habla de la materialidad del texto del impreso, habla sobre todo de cómo este es definido por las características tanto del soporte papel como de las intervenciones de tipógrafos, componedores, maquetadores, correctores, editores, encuadernadores, etc. Parecería así que el texto ha ido definiéndose en base a las capacidades y límites de su soporte. 

Los lectores predigitales argumentan en su predilección por el papel impreso el valor de la concentración, la percepción sensorial del olor y el tacto y la belleza material, cualidades físicas y sensoriales que se imbrican con las cognitivas y que, como estamos viendo, definen medios pero también lecturas y textos.

En este mismo sentido apunta Castells cuando habla sobre como el medio ha devenido en protagonista del mensaje en los procesos de comunicación de la Era de la Información. Antes, el filósofo y sociólogo Jean Baudrillard ya había adelantado, sin referirse a la Red pero vislumbrando un hori­zonte próximo de cambios, como el mensaje va a desaparecer por la acción de un medio que se impone en su mismo funcionamiento de transmisión.

Todo ello nos hace indicar que los recursos y funcionalidades de Internet como medio van a condicionar las transmisiones textuales y a definirlas sobre los aspectos que conforman el ecosis­tema de la Red.

En este camino se encuentran investigadores como Gillem Bou que habla muy tempranamente de la articulación de los textos en el escenario de Internet –en relación al guión multimedia–: poliédricos, expandidos, fragmentados, hipertextuales, ubicuos y participativos. O Adriaan van der Weel, que disecciona el docuverso de Ted Nelson como convergente, de naturaleza electrónica, conectado, maleable, inteligente e independiente del dispositivo.

José Antonio Millán describe en su Vocabulario de ordenadores e Internet lo que propuso Ted Nelson con su docuverso: un universo de documentos interconectados gestionado por un sistema automático.

«Su plan no sólo comprendía el acceso a obras, sino también la gestión de citas de otras obras, comentarios y ensayos de los lectores: “una gran red interconectada (a great interconnected web) de escritos e ideas”. En el fondo su “esperanza razonable” era: “Que el ordenador, como herramienta personal de información, haga simple y flexible nuestra vida cotidiana”».

Weel repara también en una constante del medio digital que suele pasarse por alto: la dependencia de una fuente eléctrica de energía y, sobre todo, la dependencia de software y hardware que hacen al texto inescrutable por primera vez en su historia. En ese sentido, podríamos decir que su carácter informacional es intrínseco a su identidad.

Por último, en el IV Congreso de la CiberSociedad de 2009, dedicado a la crisis analógica y al futuro digital, se llegó a la conclusión que los aspectos específicos del texto digital frente al impreso eran los de hipertextualidad, multilinealidad, multimedialidad, interactividad y virtualidad.

Con estos precedentes, vamos a explorar aquellas peculiaridades que mejor definen Internet como soporte para carac­terizar a las transmisiones textuales en este medio.

Hemos visto en el apartado que se preguntaba por la identidad de los textos que, durante mucho tiempo, el medio escrito tuvo como fin producir sonido y no representarlo gráfica­mente; Marshall McLuhan, en su Galaxia Gutenberg, relata los cambios que provocó en la sociedad occidental el uso del texto impreso como fijador del alfabeto fonético: sobre todo, la preponderancia del sentido visual sobre la primitiva interacción multisensorial que, según él, devino en la marginación del pensamiento holístico y simultáneo en aras de una concepción lineal y lógica de la realidad. Daniel Cassany va más lejos y propone al lenguaje verbal, y no al texto, como elemento transversal a los distintos medios que han ido expandiendo las capacidades comunicativas de la huma­nidad. Así, describe un camino desde los soportes analógicos tradicionales «(sonidos, ondas hercianas, papel, libros, etc.)» hasta el soporte digital del lenguaje «(compu­tadoras, pantallas, teclados, Internet, etc.)». Es un enfoque muy enriquecedor si tenemos en cuenta que el escenario digital va a recuperar, con sus capacidades de interacción, varios de los recursos y usos del lenguaje verbal y el medio oral.

Collage del autor

Un ejemplo de ello lo proporciona Daniel Escandell en relación a la micro­literatura generada en la plataforma Twitter, reflejando como se acerca el flujo comu­nicativo de la red social de nanoblogueo a una conversación global y continua:

Twitter es una conversación en marcha, no un blog o un corcho virtual en el que los mensajes perduran [...]. Con una vida media tan restringida el tuit se aproxima a la volatilidad de la comunicación oral: estas palabras no llega a llevárselas el viento, pero sí pueden ser vistas como gotas que pronto se sumarán a un mar de datos difícilmente rastreable, ya que el volumen de mensajes generado diariamente dificulta la obtención de los resultados deseados en los diferentes motores de búsqueda a los que se pueda recurrir. […] La concepción temporal base de esta red socioinformacional es el presente absoluto o casi absoluto, lo que no hace sino reforzar ese carácter conversacional.

Existe toda una suerte de trabajos textuales que se apoyan precisamente en Twitter para su desarrollo y que ejemplifican este carácter oral de las textualidades digitales: como la adaptación del clásico Lazarillo de Tormes por alumnos de la ESO donde Lázaro y el ciego intercambian sus vivencias a través de tuits. En otro caso, el periodista Carlos Hernández pone al protagonista de su novela histórica Los últimos españoles de Mauthausen, Antonio Hernández, a tuitear sus experiencias en el campo de concentración nazi, compartiendo durante tres meses datos e imágenes reales, material fruto de su documentación sobre el tema.

la cultura del impreso podría haber sido un bello paréntesis entre la oralidad y nuestro presente y futuro digitales


En ambos casos, a la historia de base se suman las decenas de tuits, retuits y comentarios de otros usuarios de Twitter, aunque no contribuyan con tanto protagonismo a la construcción de la conversación como en el caso de Manolo, el CM despedido por Ballantine’s: el 4 de mayo de 2015 se convirtió en Trending Topic el hashtag #BoicotABallantines; el hilo de los acontecimientos reproducía una salida de tono del administrador de la cuenta de Twitter de la marca de whisky sobre el resultado de un evento deportivo; dicha falta fue respondida con virulencia en las redes y contestada con chulería por el administrador al que, poco después, Ballantine’s comunicaba oficial y públicamente su despido. En ese momento, se produjo una división entre los numerosos seguidores que aplaudían la decisión, los que la repudiaban y la participación en la Red de otras marcas de bebidas alcohólicas que tomaban posiciones en la crisis de reputación marcaria. Finalmente, se descubre que todo se trataba de un fingido conflicto entre la marca y su administrador, Manolo, en las redes que acabó apareciendo en varios vídeos del canal de la marca en Youtube completando y dando un sentido humorístico a los sucesos. Ballantine’s consiguió su objetivo de notoriedad y demostró que fácil es generar, con tan sólo unos tuits, toda una serie de historias cruzadas a través del flujo de opiniones de los seguidores; un ejemplo de cómo las intervenciones de los usuarios construyeron otro texto para el resto.

Antonio Hernández tuitea desde Mauthausen

Otro caso donde las propiedades orales de los diálogos se pone de manifiesto en la obra de Rob Bevan y Tim Wright, Online Caroline; en ella, se va creando una relación con el personaje de Caroline en base a la lectura y la implicación del lector en los hilos de sus mensajes de correo y las mani­festaciones personales vertidas en su página web. En este ejemplo y como parece general a toda interacción propiciada por el diálogo, el componente emocional se convierte en un potente recurso a la comunicación.

Como vemos, damos un paso más allá de los códigos del libro y podemos imaginar, incluso, que la cultura del impreso podría haber sido un bello paréntesis entre la oralidad y nuestro presente y futuro digitales. 

Aunque disponemos de dispositivos electrónicos que almacenan objetos textuales que no necesitan de la conexión a la Red para su lectura, en el camino de transformación de las letras impresas a los bits, el cambio más significativo ha sido el de la posibilidad de disponer de textos conectados, accesibles mediante un sinfín de fórmulas y conexiones.

Años antes de la irrupción de Internet, este concepto de elementos textuales fragmen­tados dotados de significado (lexías) y enlazados entre sí ya había sido propuesto de manera teórica, en una búsqueda por ampliar las funcionalidades intra e intertextuales que, de alguna manera, posibilitaba el medio impreso. Sin nombrar la palabra hipertexto, el ingeniero y científico Vannevar Bush ya especuló en 1945 con máquinas que permitieran enlazar elementos automáticamente y de manera inmediata respondiendo a los requerimientos del lector. Años después, Theodor H. Nelson definía hipertexto cuando ya llevaba tiempo traba­­jando en el proyecto Xanadú, en un intento de albergar todos los textos producidos hasta el momento conectados entre ellos.

Alguno de estos sistemas de creación y gestión independiente de hipertextos fueron Hypermedia, Hypercard y Storyspace.

Han sido varios los autores que han desarrollado ficciones hiper­textuales, hiper­ficciones, aprovechando las posibilidades de Internet de crear narraciones alejadas de la secuencialidad; los primeros lo hicieron al margen de la web, con software dedicado a la creación y gestión independiente de hipertextos: Afternoon, a story de Michael Joyce, Victory Garden de Stuart Moulthrop y Marble Springs de Deena Larsen son ejemplos de referencia de ese primer momento de experimentación hipertextual. 

Ya en tiempo de la World Wide Web, encontramos Tierra de Extracción de Doménico Chiappe y Andreas Meier, una obra de creación multidisciplinar donde música y texto se combinan en una experiencia multimedia y en la que el lector decide eligiendo palabras el paso a uno u otro de los 63 capítulos conectados. Chiappe describía en una entrevista a Ciberia Project, acerca de su proyecto Hotel Minotauro, como debía el autor enfrentarse al carácter hipertextual de este tipo de obras:

Creo que el autor debe ofrecer siempre dos niveles de lectura. Uno, horizontal, como la superficie del mar, en donde el lector nada de un extremo a otro. El otro, vertical, que se ofrece para el lector que quiera sumergirse y ver lo que hay bajo ese manto inicial. El primero se recorre de un extremo a otro (puede imponerse la linealidad sugerida por el autor) y ofrece una historia completa, en la que puede profundizar en una segunda lectura si se acepta el riesgo de bucear.

Hotel Minotauro de Doménico Chiappe.

Para el catedrático Antonio Rodríguez de las Heras, el hipertexto no es sólo la capacidad conectiva entre estos textos independientes y fragmentados, sino una tercera dimensión del texto; habla del paso de la única dimensión del texto oral a las dos del texto fijado sobre el plano del papel; la tercera dimensión, el hipertexto, resultaría del plegado de éste sobre los vértices de un poliedro virtual que provee de una lectura sin solución de continuidad por todas y cada una de las caras del mismo y a voluntad del internauta. Así, su obra Los estilitas de la sociedad tecnológica juega con esta metáfora del texto plegado, en cuanto que los caminos múltiples que plantea se expanden en la profundidad de la pantalla para acabar cerrándose sobre un mismo punto, el de partida.

Uno de mis primeros proyectos de narración hipertextual se basaba en una estructura tridimensional de icosaedro truncado. Cada vértice era un contenido textual que enlazaba y era enlazado por otros nodos, permitiendo distinto orden de lectura dentro de un circuito cerrado.


Levook es una interesantísima propuesta que profundiza sobre este aspecto, proporcionando un texto adaptado a distintos niveles de profundización informativa según la demanda del lector. Un texto blando que cambia, se expande o pliega modificando su redacción, extensión y profundidad argumentativa, o narrativa, atendiendo a distintas necesidades lectoras.

Existen otros casos donde la articulación hipertextual viene en ayuda de estructuras de textos que fueron creados para el medio impreso pero anticipaban una ruptura con la linealidad de la narración y la secuencialidad del argumento; es el caso de Finnegans Wake, de James Joice, para el que la universidad cana­diense Trent aloja un proyecto web, Finnegans Web, que pone en escena el texto de Joyce a través de conexiones hipertextuales que permiten un proceso de lectura más cercano a la experiencia mental que Joyce emplearía en su conceptualización.

Finnegans Web.

En el medio digital, la inmediatez y simultaneidad de la hipertextualidad es el más potente recurso en la construcción de un conocimiento global, y abre el campo de nuevas profesiones del texto como las que tienen que ver con la visualización, categorización, validación y guía por los nodos relevantes.

En una entrevista para el Mercurio de Chile, Roger Chartier explicaba así el carácter fragmentado de la textualidad digital:

Lo que puede aumentar este sentimiento de la pérdida del gusto o la paciencia para libros como los de Proust o Tolstoi es la nueva práctica de lectura que sugiere o impone la textualidad. Es una lectura fragmentada, discontinua, segmentada, que se atañe a extractos breves, datos desvin­culados, extractos decontextualizados. Ello puede poner en tela de juicio no solamente las largas novelas de los siglos XVIII y XIX, sino también la percepción de todas las obras como discursos que tienen coherencia e identidad.

A lo largo de 2014 y 2015, se vienen desarrollando una serie de herramientas y aplica­ciones que permiten leer y producir unos objetos textuales basados en la fragmentación de la información a través de fichas preparadas para la interacción, que demandan ser compartidas y pueden visualizarse en cualquier tipo de pantalla. Todas ellas disponen de una interfaz táctil y tienen una cuidada presentación que une texto e imagen. Notegraphy, la primera, se basa en dar forma a los breves mensajes que se comparten en Internet a partir de colecciones predeterminadas de estilos, ofreciendo estadísticas de lectura de las mismas. Citia avanza más en la idea de una lectura extensiva en torno a decenas de tarjetas de distintos ámbitos profesionales o emocionales; pero es Zindr –en versión beta– la que ofrece unas posibilidades de lectura y experiencia de usuario más adaptadas a las pantallas de los teléfonos inteligentes y tabletas, añadiendo un motor de inteligencia artificial que analiza qué tarjetas son leídas y cuáles rechazadas, con lo que el sistema va afinando las lecturas que ofrece acorde a los intereses capturados en la experiencia continuada de uso.

Asunto: Hola, del colectivo Young-Hae Chang Heavy Industries, es un intere­santísimo ejemplo que, con un enfoque distinto al de las tarjetas, juega también con la idea de unos textos fragmentados, con un tratamiento tipográfico y un acompa­ñamiento sonoro muy potentes, que provocan una alta atención lectora.

Capturas de pantallas de ASUNTO_HOLA de Young-Hae Chang Heavy Industries.

Con el uso de los wearables, aparecen innumerables oportunidades y retos a la presentación fragmentada de la información textual. ¿Nos contarán historias nuestras prendas de vestir? 

Internet permite la articulación entre textos, imágenes y sonidos, siendo por tanto soporte de la mirada, la escucha, la lectura y la escritura, algo desconocido hasta ahora. Como observa el investigador John Tolva, uno de los focos de investigación más interesantes sobre las textualidades electrónicas es que en ellas se borran las distinciones entre elementos verbales y no verbales: por ejemplo, con la técnica hipertextual de simulta­neidad y espacialidad, características asociadas a las artes visuales.

Es destacable el papel protagonista de la palabra en la necesaria clasificación por etiquetas de la imagen digital. Este sistema de etiquetado, en su mayoría, no tiene un carácter taxonómico sino que está abierto a cualquier categoría que aporte el usuario y, por ello, potencialmente infinito. 

La hibridación entre texto e imagen no es casual en un medio que se ha venido sirviendo del aspecto visual de manera exponencial. Internet posibilita la publicación inmediata de imágenes en servidores remotos, etiquetables mediante palabras y de acceso universal para todos sus usuarios. Si a esto se une la altísima penetración de los dispositivos móviles inteligentes –en dos años, la tasa de penetración de los smartphones en España ha pasado del 63 al 81% de los teléfonos móviles (Fundación Telefónica, 2015)– se obtiene un ingente caudal de imágenes (estáticas y en movimiento). 

La transmisión textual en la Red viaja hacia los valores visuales de la imagenpues la tecnología informacional posibilita traer a la mano aquello que en el medio impreso necesitaba ser representado con el signo.

Emoji Dick es una obra que muestra esta idea: se trata de una traducción de la novela de Herman Melville, Moby Dick, realizada por Fred Benenson. Pero no realiza una traducción entre diferentes idiomas sino que ha transcrito el lenguaje textual en su representación por emoticonos, concretamente del estilo emoji, un lenguaje gráfico a medio camino entre el texto y el icono utilizado asiduamente en foros, mensajes instantáneos y chats de los teléfonos inteligentes.

Un aspecto de la traducción de Moby Dick en «caracteres» emoji, Emojidick.

La hibidración que se exhibe en las pantallas de la Red no responde sólo a distintos lenguajes y sistemas; también se entrecruzan y se presentan en un mismo plano distintos géneros discursivos y de distintos ámbitos y contextos (por ejemplo, cuando mensajes de ámbito privado comparten pantalla con imágenes de uso público y publicidad contextual).

Si el escrito trajo consigo el género epistolar, académico, científico, etc., el texto digital se desenvuelve en un mar de géneros de reciente creación (email, chats, tuits, posts…) que acaban recombinándose, mezclando dinámicas de uso y compartiendo funcionalidades en cada una de las nuevas plataformas y herramientas online, complementos de las redes sociales y aplicaciones web.

La convergencia mediática que el medio digital facilita ha provocado que las textualidades digitales formen parte de una forma narrativa que, como explica Carlos A. Scolari, es trasversal a «distintos sistemas de significación (verbal, icónico, audiovisual, interactivo) y medios (cine, comic, televisión, videojuegos, teatro, etc.)»: las narrativas transmedia. En la producción de estos textos en Internet, han entrado de lleno los antiguos consumidores, tomando los personajes e historias con los que conectaban y creando nuevos repertorios y situaciones en la Red; convertidos en prosumidores, van a desarrollar narraciones que expanden las historias originales en las que se basan.

Uno de los mejores ejemplos de las textualidades en el ámbito de las narrativas transmedia es el fenómeno fanfiction en la Red: los relatos creados por los fans de una obra literaria, película, serie, etc. Para ilustrarlo, el caso de los seguidores de una saga como la de Harry Potter que despliegan en sitios como Mugglespace, Mugglenet o el propiamente llamado FanFiction cientos de miles de relatos que amplían, complementan y llevan la historia del aprendiz de brujo más allá del universo del libro.

Textos creados por seguidores de Harry Potter en FanFiction.

¿Son los alfabetos el único lenguaje de las textualidades del medio digital? ¿Puede un texto transcurrir transversalmente a distintos medios, canales y sistemas?

Con las capacidades interactivas del escenario digital, cada vez nos acercamos más a la idea de texto escribible de Roland Barthes; es decir, un texto que ya no restringe la libertad interpretativa del lector con secuencias temporales lineales, clausuradas y con un detalle exhaustivo e inequívoco de los acontecimientos; un texto que se abre por tanto a múltiples significaciones a través de ficciones interactivas que participan en muchos casos del lenguaje del juego electrónico y que propone nuevos caminos de autoría compartida, historias no escritas que se desarrollan según la interacción del lector-autor o narraciones autogeneradoras de contenido convertidas en intervenciones colectivas. En palabras de Xavier Berenguer:

Se trata de una renovación de estructura, mucho más que de procedimiento, en la cual se cimiente el discurso multilineal, en lugar de secuencial, y las historias no tengan necesariamente ni principio ni fin, lo que supone narrar entornos, antes que historias, y pautas de comportamientos, antes que conductas concretas.

La experiencia vicaria de la lectura hace referencia a las emociones vividas en primera persona a través de las experiencias relatadas por otras.

Superado el carácter de estructura cerrada del enunciado del impreso, se coloca ahora el lector como coautor, actor y protagonista del campo abierto de acontecimientos que propician las pantallas. Este «actuar como coautor» no se ejemplifica sólo en las narraciones que explícitamente demandan al lector el control del argumento, sino que ocurre desde el momento en que, a través de búsquedas activas, filtros y contextos de lectura y consulta, el lector hace aparecer unos textos u otros ante sí. A esto se suma la actualización constante y el glosar continuo de los textos a través de la discusión y los añadidos de los lectores. La experiencia que se brinda se situaría a medio camino del eje que va de la experiencia vicaria del lector del impreso a la experiencia inmersiva del jugador del vídeo-juego.

Espen Aarseth ha calificado como literatura ergódica a este tipo de obra literaria donde el lector debe realizar acciones sobre el texto para recorrerlo:

En la literatura ergódica se requiere un esfuerzo no trivial del lector para recorrer el texto. […] Cuando alguien lee un cibertexto es consciente constantemente de estrategias y trayectorias no tomadas, de voces no oídas. Cada decisión hará algunas partes del texto más accesibles, o menos, y nunca se sabe el resultado exacto de esas decisiones, lo que uno se ha perdido […] El lector de cibertextos (a diferencia del de literatura normal, un simple espectador, un voyeur) es un jugador, un apostador, que puede explorar, perderse o descubrir sendas secretas.

Un ejemplo español de este tipo de literatura es Gabriella infinita de Jaime Alejandro Rodríaguez Ruiz; la novela se articula hipertextualmente, reclamando del lector la elección de los distintos enlaces que le llevará al texto. El camino ya recorrido es mostrado por el distinto color del enlace; al mismo tiempo, puede utilizarse las entradas de un menú contextual al trayecto escogido. El resto de caminos que no han sido explorados comple­mentar o presentar una alternativa a la historia. El propio autor incluye metareferencias a esta forma de transmitir una historia en espacios textuales de la misma obra, pregun­tándose por la autoridad del autor, explicando la estructura laberíntica de las narraciones o el papel del lector como creador de la salida de los personajes.

Gabriella infinita.

Otros trabajos aprovechan formatos típicos de la Red para enunciar otro género de texto en busca de la interacción con el internauta: obras como la de Christophe Bruno, The Google Adwords Happening, en la que se expresan poemas aprovechando el formato de los anuncios del buscador de Google, pudiendo por ello analizar la valoración económica generada por los clicks del usuario y ponerla en relación con sus posibles valores semánticos.

Where is Shakespeare es un caso particular de propuesta que ejemplifica el carácter digital de estas nuevas textualidades. Con el objetivo de transmitir contenido cultural, este sello digital desarrolla itinerarios de conocimiento en la Red animados por el juego y con una articulación hipertextual y transmedia. En ese viaje de nodo en nodo, de red social en red social y de plataforma en plataforma, se generan flujos de interacción con los usuarios y los perfiles ficticios de la trama en lo que resulta un proceso que requiere cierto esfuerzo por parte del internauta que lo sigue que, a cambio, participa en un proceso de aprendizaje por descubrimiento mínimamente guiado muy eficaz. Un ejemplo de esta iniciativa de formación informal puede seguirse en el itinerario que partía en busca de uno de los sonetos de William Shakespeare.

Algunas de las plataformas por las cuales discurre el texto de uno de los itinerarios de conocimiento creados por Where is Shakespeare.


Esta relación tan estrecha en la interacción entre lector-usuario y texto demanda no sólo una actitud lectora comprometida y unas competencias digitales acordes al medio sino también una producción que pone énfasis en la experiencia de usuario (UX) a la hora de diseñar los artefactos textuales.

Si los primeros textos propiciaban una lectura oralizada y colectiva, para cambiar después a la intimidad de la lectura silenciosa, el texto en Internet está llamado, en su propia esencia, a ser de nuevo compartido en la amplificada ubicuidad y simultaneidad de las redes sociales, complementando su enunciado con la participación, mediante comen­tarios, colaboraciones o recreaciones, de los lectores-creadores.

La socialización de los textos ha sido uno de los aspectos que más ha atendido la industria cultural, no tanto en su potencial creador sino como complemento a la comercialización del impreso (reseñas, comentarios informales, recomendaciones de lectores o de algoritmos de programación). Es decir, en lugar de contemplar la posibilidad de una creación compartida, se ha intentado convertir a la lectura de libros (impresos y electrónicos) en un fenómeno más de las redes sociales, entrando de lleno en el big data de la mano de Amazon que, por primera vez y a través de su Kindle, permitió señalar pasajes y compartirlos a través de Twitter o Facebook.

Pero las capacidades sociales del texto van mucho más allá. Tal y como la escuela de Toronto –y en especial Marshall McLuhan– vislumbraron, el medio digital pone a la textualidad en el papel de catalizadora e impulsora del cambio social, ligada a la construcción de nuevas estructuras sociales. Una de las constataciones más notorias de este hecho fueron las protestas de la llamada Primavera Árabe; parte u origen de su éxito radicó en el uso que de las nuevas tecnologías hicieron los activistas al lograr sortear el bloqueo que el gobierno mantenía a los medios tradicionales de comunicación. Castells dirá que se ha dado el paso «de un sistema dominado totalmente por la comunicación de masas, centrado en los medios de comunicación de masas, a un sistema de autocomunicación de masas a través de Internet y las redes móviles».

Esta implicación en la producción social de las textualidades digitales trae aparejado un hecho significativo: las grandes plataformas que dominan la Red ya no ofrecen exclusivamente contenidos textuales sino que cada vez más vuelcan su oferta en recursos y herramientas para que los usuarios generen y compartan lo que ellos mismos crean. Se produce así un desplazamiento en el objeto de negocio del contenido en favor del recurso para la producción de contenido, del producto al servicio. Un buen ejemplo de ello es Poeti.ca, herramienta online presentada en las jornadas Book in Browser de 2012 y que pone en manos de los usuarios la posibilidad de una edición de textos compartida y en tiempo real (corrigiendo el estilo, descubriendo erratas, produciendo textos de manera colaborativa, etc.) para luego ser compartidos en la Red en busca de su lectura o su constante edición. Otro ejemplo perfecto es Atavist, servicio a través del cual se ofrece este texto que ahora lees.

La Red ha propiciado la entrada en la producción textual de millones de personas que, impulsadas por estos recursos, desarrollan una labor entre lo amateur y el profesio­nalismo que busca la valoración y el reconocimiento del resto de usuarios de Internet; la conectividad de blogs, microblogs y chats forman parte de la blogosfera, un universo de textualidades en relación sin antecedentes en la historia y que vertebran cada vez más ámbitos tan importantes como son la construcción de la reputación individual, la opinión sobre las marcas, la decisión de compra, el empoderamiento de los pacientes con su patología o la acción social, entre otros.

Al hilo del fenómeno de la blogosfera se han generado también formas textuales  que han hecho un ejercicio de metablogging: Jonathan Harris y Sep Kamvar desarrollaron en 2006 We Feel Fine, una aplicación que describe el mapa sentimental de millones de personas en base al registro continuo de palabras relativas a los sentimientos que aparecen escritas en blogs y chats de todo el mundo. 

We Feel Fine, de Jonathan Harris y Sep Kamvar.

El soporte digital ha expandido los límites que acogían a las comunidades de individuos; de los marcados por la geografía, nacionalidad, idioma, ideología o clase social, se pasa a la creación de “comunidades discursivas” (Cassany, 2000), donde es precisamente el intercambio de contenido textual el nexo de unión de sus miembros. Esto es destacable en cuanto que ha ampliado las funciones tradicionales de los textos, convirtiéndose en las redes sociales, chats, foros, wikis y otros soportes textuales en portadores de identidad y género. Brenda Danet (2003,144) escribe sobre las posibilidades de transgresión, simulación y ocultación del género en las textualidades digitales:

En el ciberespacio, el texto tecleado proporciona la máscara […] Dado que la comunicación está principalmente basada en texto, la gente no puede verse. Incluso características básicas como la edad y el género son invisibles. El anonimato y la cualidad dinámica y juguetona del medio ejercen un poderoso efecto desinhibidor sobre el comportamiento. La gente se permite comportarse de maneras muy distintas a las de la vida cotidiana ordinaria para expresar aspectos de sus personalidades previamente inexplorados; es parecido en gran medida a lo que hacen cuando llevan máscaras y vestidos en un carnaval o en un baile de máscaras.

Gregory Chatonsky y Jean Pierre Balpe reflexionan sobre la construcción de identidades en la Red con su obra Peoples; en ella se van construyendo biografías ficticias en base a un generador de texto que se combinan con imágenes tomadas de la plataforma de fotografías Flickr.

También ha expandido la cantidad de individuos implicados en una tarea común o que comparten de manera simultánea un foro textual. Ese nuevo volumen en el proceso de participación, como reflexiona Martín Prada (2012), trae también un valor de calidad. Quizás el mejor exponente de escritura colaborativa de muchos individuos en pos de un único producto textual y no en una galaxia de objetos textuales como los blogs sea el proyecto Wikipedia: un trabajo de edición compartida y auto-regulada por voluntarios, creado por Jimmy Wales y Larry Sanger en 2001. Gestionada por la Fundación Wikipedia, sin ánimo de lucro, se edita en 287 idiomas y es ya la obra de consulta más visitada en Internet.

Wikipedia muestra que los libros de consulta, las enciclopedias y diccionarios fueron los primeros géneros damnificados del medio impreso por los recursos que Internet ofrecía: posibilidad de información online de multitud de fuentes, colabora­cionismo, contenido de libre uso, inmediatez de actualización, acceso sencillo, multilingüismo, etc.

Otro ejemplo de creación de textos de manera colaborativa es The Exquisite Corpse, plataforma que anima a la creación coral de poemas a través de una dinámica lúdica que tiene su origen en una práctica del movimiento surrealista parisino en la que los sucesivos autores, una vez fijadas ciertas reglas gramaticales, van escribiendo sin saber aquello que ha sido escrito anteriormente. El resultado es sorprendente y encaja perfecta­mente con los recursos metafóricos y alegóricos de la poesía. Hotel Postmoderno es una novela del colectivo del mismo nombre, gestada a través de las distintas entradas de un blog con el que defendían una escritura colectiva. Los distintos autores firmaban con el mismo Nick y podían editar, incluso borrar, las entradas del resto, para lo cual pactaron previamente una receta literaria y una imaginería común a todos.

Por otra parte, estas propiedades participativas, sociales y de cocreación añaden un nuevo agente a la producción textual: las capacidades de los procesadores informáticos y los programas de los dispositivos les hacen partícipes, junto a los humanos, de la producción de objetos textuales. Un buen ejemplo de ello es Coloquio Perpetuo, donde el usuario sólo regula la longitud y grado de coherencia de un diálogo que el propio aplicativo en Internet genera recombinando las palabras de los distintos diálogos que aparecen en El Quijote entre el protagonista y su escudero Sancho Panza.

Diálogo entre Don Quijote y Sancho Panza generado por Coloquio perpetuo.

Incluso los textos digitalizados del impreso se ven enriquecidos con aspectos sociales: al ser la actividad en Internet continuamente registrada y analizada, los comen­tarios sobre libros, la evaluación de textos educativos, las frases resaltadas o incluso las páginas donde dejamos de leer un libro electrónico alimentan toda una suerte de acciones sociales en la Red.

Como hemos ido descubriendo a lo largo de este documento en línea, el medio digital en Internet promueve nuevas relaciones con el texto, relaciones que como expresa Roger Chartier alcanzan simultáneamente a las dimensiones técnicas, morfológicas y culturales del mismo. Entre todas ellas, destaca que la emisión de los textos ya no es privilegio exclusivo de la industria de la cultura sino que sus productores son ahora cualquier individuo y colectivo con acceso a los dispositivos microelectrónicos. Podemos hablar por ello de un texto desintermediado en sus procesos de producción y distri­bución, un texto que discurre por las redes sociales y los blogs generando microesferas políticas transnacionales y mundos cada vez más subjetivos, convirtiéndose en una herramienta para consolidar o crear imaginarios identitarios.

Por tanto, en nuestra definición de Texto Red con aquellas características y posibilidades del texto que cambian en el medio digital frente al impreso, descubrimos que una de ellas es la de ser instrumento para la construcción de identidad y de reputación (global, local e individual) e, incluso, en el ámbito de las comunidades discursivas, soporte de género.

Esto no es un hecho menor, sino paradigmático en la historia de las transmisiones textuales: frente a los que declaran que el formato electrónico ha venido a deshacer el texto y a los escritores, la realidad es que la práctica de producción textual es hoy, al menos en los países desarrollados y en aquellos donde la población tiene acceso a los dispositivos móviles, transversal a toda actividad humana: la escritura y lectura de textos en servicios como el correo electrónico, la mensajería instantánea o las redes sociales articulan las relaciones entre individuos formando parte de la construcción de su iden­tidad, dando lugar a una mayor intervención social de ámbito multicultural y global, y colaborando en el desarrollo de los lazos afectivos y profesionales.

La industria, el mercado y los gobiernos no son ajenos a esta nueva misión del texto y con la gestión del business intelligence y el big data de fondo, escrutan las transmisiones textuales en busca de patrones sociales y estados de opinión, en busca de un verda­dero conocimiento global generado por millones de individuos que mueve corrientes de pensamiento, articula el imaginario colectivo y promueve tendencias de consumo, entre otros.

Hay una nueva disciplina académica, «culturonomía», que no es más que una lexicografía informática que busca explicar el comportamiento de los individuos y las tendencias culturales en base al análisis cuantitativo de millones de textos producidos o digitalizados en Internet.

Otra nueva funcionalidad, esta vez sobre todo técnica, es su potencial jerar­quizador y categorizador; si bien es cierto que los textos producidos en Internet quedan registrados en una multiplicidad de servidores, redes sociales, bitácoras, páginas web, etc., también son continuamente desplazados por la acción del presente, relegando los flujos de producción textual al olvido o a un acceso difícil y complejo. Este hecho y el de la ingente producción textual y de otros lenguajes específicos –como el de la imagen o el vídeo en Internet– demandan una jerarquización de contenidos (la mayor parte de ella a través de una valoración colectiva y horizontal, en lugar de una vertical y centralizada). El texto como metadato necesario para el registro y la búsqueda ha dado un papel relevante a la palabra por encima de la estructura prepo­sicional.

Morfológicamente, el Texto Red se caracteriza por su presentación fragmentada, propiciando por ello una lectura extensiva que busca conceptos generales en la explo­ración de titulares, mensajes, noticias y páginas web interco­nectadas. Podemos definir así la lectura del Texto Red como un proceso en cuanto a su acción de exploración de itinerarios posibles y tridimensional en cuanto que, en casi todas las ocasiones, es relacional; las alegorías de página y plano son desplazadas por las de navegación y caminos.

Esto ha podido ser comprobado en muchos de los casos expuestos, donde la lectura se convierte en un proceso de escritura del texto por parte del lector a través de las propiedades hipertextuales de Internet. Con ellas, la producción textual digital rompe con el concepto de obra unitaria y cerrada del medio impreso; ya no es un artefacto clausurado sino un flujo de actividad retroalimentado por la participación del lector que decide o se encuentra con la posibilidad de diversos y múltiples itinerarios de significados, posibilitando un texto de sentidos diversos. El Texto Red atesora por ello las características y posibilidades de la multilinealidad y la interactividad.

En el escenario digital, se transmiten todos los géneros textuales que en el mundo impreso correspondían a diversos objetos: libros, revistas, diarios, etc.; y lenguajes (fotográfico, fílmico, pictórico, etc.). Como se vio en algunos de los casos presentados, la multimedialidad que acontece en un mismo espacio y de manera simultánea define también las textualidades en Internet. Esta aspecto abre las puertas a territorios narrativos híbridos y experiencias transmedia.

Por otra parte, en comparación con la economía off-line, los costes de producción y distribución son incomparablemente menores, si no prácticamente inexistentes si tenemos en cuenta que se accede a un potencial comunicador global.

Podemos por todo ello concluir en caracterizar al Texto Red, de manera específica frente al texto del impreso, como desintermedializado, articulado hipertextualmente, interactivo, ubicuo, simultáneo, social, portador de género e identidad, mutilineal, escribible y multimedia.

Y esta evolución en el medio digital de la transmisión textual no se agota con su presencia en la Red: entre los retos de un futuro cercano queda el poder asumir otros medios, como el kinestésico –desarrollándose ya para los wearables y el Internet de las cosas–, el olfativo o el gestual. 

Nuevas posibilidades surgen de cada nuevo medio y, con ellas, todo un mundo de nuevos ritos lectores y significados.

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#TextoRed
  1. Hay un porqué
  2. Un viaje milenario
  3. Qué son los textos
  4. El medio digital: Internet
  5. El renacimiento de la oralidad
  6. Hipertextualidad
  7. Fragmentación
  8. Convergencia mediática
  9. Interactividad
  10. Social
  11. Conclusión: Texto Red
  12. Bibliografía